Lula deja la presidencia de Brasil con un récord de popularidad.
Luiz Inácio Lula da Silva deja la presidencia de Brasil como el mandatario mejor valorado de la historia del país, con más de un 80 por ciento de aprobación sostenida en un gran carisma que lo ayudó a aplicar medidas populares.
Las políticas sociales han sido el gran combustible para conseguir al récord, pero el lenguaje sencillo de este miembro del Partido de los Trabajadores (PT) y su contacto directo y constante con la gente también le ayudaron a mantener a su lado a la mayoría de la población.
Según datos oficiales, bajo el Gobierno de Lula cerca de 36 millones de brasileños -de los 190 millones de habitantes de la nación sudamericana- entraron en la clase media. Al mismo tiempo, más de 28 millones dejaron la pobreza extrema.
En ocho años, las políticas sociales y los impulsos económicos y fiscales dados a la producción generaron más de 14 millones de empleos formales. A partir de eso, los brasileños aumentaron su apetito por el crédito y el sector bancario registró récords consecutivos de aumento de la financiación.
La economía brasileña, beneficiada la mayor parte del tiempo por un escenario externo favorable, creció un promedio anual de cerca del 4 por ciento. Incluso durante la crisis global a Brasil le fue mejor que a otros países.
Pero no han sido ocho años tranquilos. Pese a que el país salió bien parado de la tempestad financiera mundial, vio en los últimos tiempos un crecimiento preocupante en el gasto público y señales de alerta tanto en la inflación como en las cuentas externas.
En el frente político, en sus inicios Lula enfrentó el descontento de amplios sectores de su base electoral: centrales sindicales criticaron el aumento irrisorio del salario mínimo en 2003 y el funcionariado quedó insatisfecho con los cambios en el régimen de previsión social.
Además, el ex líder sindical metalúrgico tuvo que enfrentarse a la desconfianza y el recelo respecto a lo que sería su Gobierno poco después de asumir el cargo.
Escándalos.
Los problemas más serios vinieron poco más de dos años después de llegar al poder, cuando corrió el riesgo de sufrir un proceso de impugnación. La directiva del PT fue acusada de pagos ilegales a parlamentarios de la base aliada a cambio de su apoyo en votaciones en el Congreso.
Ese no fue el único escándalo en su Gobierno, pero ningún otro causó tanto daño, hasta tal punto que el mandatario tuvo dudas respecto a si debía o no presentarse a la reelección.
Tras llegar a la conclusión de que tenía más posibilidades de ganar que de perder, fue en busca de su segundo mandato, que fue asegurado tras derrotar en segunda ronda al opositor Geraldo Alckmin.
Al igual que su antecesor, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, Lula también trató de llevar a cabo una reforma tributaria, pero no tuvo éxito.
Aún sin avances estructurales, el ambiente económico mejoró. Brasil recibió en los últimos años una cantidad récord de inversión extranjera y más de 100 firmas brasileñas abrieron su capital para captar recursos en la Bolsa de Valores.
Pese a los avances sociales y del crecimiento de la economía, Lula no consiguió avanzar en la atención pública sanitaria y los brasileños siguieron haciendo cola para acceder a consultas, exámenes y cirugías.
Escenario internacional.
Brasil ganó peso en el escenario internacional, impulsado por el propio presidente y su ministro de Relaciones Exteriores, Celso Amorim, y por el buen momento económico.
El mandatario dio prioridad a las llamadas relaciones sur-sur, aproximándose más a los países emergentes que a sus socios regionales, y buscó una actuación más efectiva en países más pobres, especialmente Africa.
Actuó sin timidez en los foros internacionales, como el G20, que congrega a las mayores economías del mundo.
Además de una mayor aproximación a los demás países del llamado grupo BRIC -Brasil, China, India y Rusia-, tuvo un papel clave en acuerdos comerciales internacionales relativos al bloque aduanero Mercosur.
El país también trató de mediar en conflictos regionales, aunque no siempre con éxito, como en el caso del entonces presidente de Honduras, Manuel Zelaya, derrocado por un golpe.
Fue también el principal instigador para la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
Sin embargo, la actuación externa del Gobierno de Lula también fue blanco de críticas, especialmente cuando se unió a Turquía para mediar en un acuerdo internacional para que Irán aceptara discutir su programa nuclear.
"En algunos momentos, la diplomacia activista de (el Palacio de) Itamaraty hizo algunas apuestas erradas y dio algunos pasos en falso", dijo António Carlos Lessa, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Brasilia(UnB).
Brasil defiende la ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU y reivindica un puesto permanente.
Fuente: Jeferson Ribeiro y Leonardo Goy desde Brasilia para Reuters 30.12.2010