lunes, 29 de agosto de 2011

Los últimos días del régimen de Kadhafi se centran en la rica ciudad portuaria de Sirte.

Desde Trípoli a Sirte, la última batalla en Libia.

Los rebeldes vacían los depósitos de municiones de la capital para ir al asalto de la ciudad natal de Kadhafi.

Cruzamos mucho camino a través de los túneles del palacio de Bab al-Aziziya. Los pasadizos pintados de blanco, cerrados con puertas pesadas y macizas, que relacionaban las diferentes casas y puestos de guardia del vasto complejo de Kadhafi atraen a numerosos curiosos. Alumbrándose con sus teléfonos móviles a través del laberinto antes de emerger en otra parte del parque, los adolescentes son los más numerosos que se aventuran bajo tierra. En la superficie, en las habitaciones devastadas de la villa de Kadhafi, pisoteando fotos desgarradas y páginas arrancadas del Libro verde, familias enteras, las mujeres vestidas de largos abrigos negros con sus niños de la mano, vienen a visitar las habitaciones de su antiguo dueño. «Es increíble, jamás creímos poder entrar un día aquí», dicen los curiosos. El complejo fortificado del Guía en el centro de Trípoli servía más para el protocolo que de residencia permanente de Kadhafi, pero da igual: es un símbolo que está presente.

«Sin ustedes, nunca hubiéramos llegado»

Salida familiar, ocasión de recuperar algunos recuerdos, pero también para asegurarse de que la caída del régimen es muy real. En el universo de mentiras en el cual Kadhafi mantuvo a Libia durante cuarenta años, nada vale más que poder verificar la realidad con sus propios ojos.
Replegándose hacia el sur y a sus últimos bastiones de Ben Oulid, Syrte y Sebha, las tropas de Kadhafi también dejaron detrás de ellas, rastros más siniestros. Cerca de la base de la 32º brigada, la guardia pretoriana del régimen, comandada por Khamis Kadhafi, uno de los hijos del dictador, los restos calcinados de una cincuentena de presos fueron descubiertos en un hangar. «Habíamos sido encerrados aquí por las fuerzas de Kadhafi», dice Bachir Mohammed Germani. Detenido aquí tres meses por haber ayudado a manifestantes a huir a Túnez, este hombre consiguió escapar de milagro de la matanza. «El último martes, antes de replegarse, los soldados de Kadhafi abrieron las puertas del hangar. Dispararon a la muchedumbre con ametralladoras antes de lanzar granadas en el interior. No he resultado herido, conseguí huir con otras diez personas» Los kadhafistes luego prendieron fuego al hangar. Los cuerpos de las víctimas no son más que unos esqueletos, huesos blancos sobre el suelo negro de hollín. Por fuera, otros tres cadáveres, atados de pies y manos, yacen bajo cubiertas.
La base de la 32º brigada está al lado, con su monumental entrada de hormigón gris. El campo luce como nuevo, es un vasto recinto sombreado por eucaliptos, con campos de deportes, varias dependencias, servicios y depósitos de municiones. La unidad especial de Khamis contaba con el mejor material, y estos fieles soldados fueron tratados con especial cuidado por el régimen.

La caza de los últimos kadhafistas.

La 32º brigada, que disponía de varias bases de este tipo alrededor de Trípoli, fue la punta de lanza de la represión. Estos pretorianos aplastaron a los rebeldes ciudad por ciudad, desde la capital hasta las provincias. No muy numerosos para mantener de forma duradera las ciudades reconquistadas sobre los insurgentes, a excepción de Trípoli, eran sin embargo a mediados de marzo, el punto a batir de la revolución libia. La intervención de las fuerzas aéreas de la OTAN, particularmente el famoso raid de la aviación francesa contra las columnas de blindados libios a la entrada de Bengazi, salvó a los rebeldes destruyendo los vehículos de las fuerzas de Khamis. «Sin ustedes, nunca hubiéramos llegado hasta allí», reconocen muchos combatientes.
Pero los kadhafistas aprendieron a escapar rápidamente de las incursiones aéreas, dejando sus acuartelamientos y mezclándose con la población. No lejos de su base, la «brigada Khamis» había almacenado sus municiones en depósitos situados detrás de una fábrica de muebles al borde del camino. El impresionante depósito, con centenas de cajas de municiones de todo calibre, desde cohetes Grad hasta cartuchos para ametralladoras pesadas, minas antipersonales y munición de mortero, estaba el domingo siendo vaciado en una alegre confusión por los rebeldes, y amontonado en decenas de camiones y de pick-up. «¿A dónde se lleva todo esto?» «¡A Misrata!», responden los rebeldes que transpiran bajo el peso de las cajas que transportan hacia sus vehículos.
Si la ofensiva contra Trípoli ha sido llevada conjuntamente por los rebeldes del Djebel Nefousa en el oeste, y los de Misrata en el este, estos últimos dan la impresión de estar por todas partes en Trípoli. Ciudad de comerciantes, el primer puerto libio, Misrata primero resistió sólo con una energía notable a la represión kadhafista. Mientras que los rebeldes de Bengazi trajinaban a través del desierto, entre Ajdabiya, Brega y Ras Lanouf, ciudades sin cesar perdidas y vueltas a reconquistar, los de Misrata oponían una empecinada resistencia al asedio de los kadhafistas. Únicamente abastecidos por mar, gracias a barcos fletados por hombres de negocios ricos de la ciudad, produciendo a base de sopletes y placas aceradas navales flotillas de acorazados carreteros, los insurgentes de Misrata fueron durante meses una espina clavada para las fuerzas de Kadhafi.
Su participación en la toma de Trípoli fue decisiva. La gente de Misrata quieren ahora jugar un papel clave en la nueva Libia. Bien organizados, eficaces y ordenados, son las fuerzas armadas más importantes de la revolución libia.
Sus camionetas pintadas con franjas amarillas de identificación a lo largo de la carrocería son los que les dan caza a los últimos kadhafistas en los suburbios del sur de la capital. Sus columnas ya tomaron el camino de Sirte, última ciudad importante leal a Kadhafi, donde se habría replegado el grueso de sus fuerzas, e incluso el dictador mismo.

Restablecimiento del agua.

«Negociaremos con la gente de Sirte», explica un responsable de la rebelión de Misrata. «Una parte de ellos no tiene nada contra la revolución. Pero otros se mantienen fieles al antiguo régimen, y controlan la ciudad. Tampoco vamos a negociar indefinidamente», previno. La batalla de Sirte, si ocurre, será la última.
Durante este tiempo, Trípoli barre la basura que se acumuló en las calles, el Consejo Nacional de Transición se esfuerza por restablecer el aprovisionamiento de agua de la ciudad, cortado por el sabotaje de algunas de las estaciones de bombeo del Gran Río Artificial, el sistema faraónico de recolección de aguas construido por Kadhafi, para reestablecer el abastecimiento antes de las fiestas del fin del Ramadán.

Fuente: Le Figaro por Adrien Jaulmes, enviado especial a Trípoli 28.08.2011



De Tripoli à Syrte, l'ultime bataille en Libye.

Les rebelles vident les entrepôts de munitions de la capitale pour partir à l'assaut de la ville natale de Kadhafi.

On croise beaucoup de monde dans les tunnels du palais de Bab al-Aziziya. Les souterrains peints en blanc, fermés de lourdes portes étanches, qui reliaient les différentes villas et postes de gardes du vaste complexe de Kadhafi attirent de nombreux curieux. S'éclairant avec leurs téléphones portables à travers le dédale avant d'émerger dans une autre partie du parc, les adolescents sont les plus nombreux à s'aventurer sous terre. À la surface, dans les pièces dévastées de la villa de Kadhafi, piétinant des photos déchirées et des pages arrachées du Livre vert, des familles entières, femmes vêtues de longs manteaux noirs tenant leurs enfants par la main, viennent visiter les appartements de leur ancien maître. «C'est incroyable, on n'aurait jamais cru entrer un jour ici», disent les badauds. Le complexe fortifié du Guide au centre de Tripoli servait plus au protocole que de résidence permanente à Kadhafi, mais peu importe: le symbole est là.

«Sans vous, on n'y serait jamais arrivés»

Sortie en famille, occasion de récupérer quelques souvenirs, mais aussi de s'assurer que la chute du régime est bien réelle. Dans l'univers de mensonges dans lequel Kadhafi a tenu la Libye pendant quarante ans, rien ne vaut de pouvoir vérifier la réalité de ses propres yeux.
En se repliant vers le sud et ses derniers bastions de Ben Oulid, Syrte et Sebha, les troupes de Kadhafi ont aussi laissé derrière elles des traces plus sinistres. Près de la base de la 32e brigade, la garde prétorienne du régime, commandée par Khamis Kadhafi, l'un des fils du dictateur, les restes calcinés d'une cinquantaine de prisonniers ont été découverts dans un hangar. «On avait été enfermés ici par les forces de Kadhafi», dit Bachir Mohammed Germani. Arrêté voici trois mois pour avoir aidé des manifestants à fuir en Tunisie, cet homme a réussi à échapper par miracle au massacre. «Mardi dernier, avant de se replier, les soldats de Kadhafi ont ouvert les portes du hangar. Ils ont tiré dans le tas à la mitrailleuse avant de lancer des grenades à l'intérieur. Je n'ai pas été blessé, j'ai réussi à m'enfuir avec une dizaine d'autres.» Les kadhafistes ont ensuite mis le feu au hangar. Les corps des victimes ne sont plus que des squelettes, ossements blancs sur le sol noir de suie. À l'extérieur, trois autres cadavres, pieds et mains liés, gisent sous des couvertures.
La base de la 32e brigade est juste à côté, avec son entrée monumentale de béton gris. Le camp flambant neuf, est une vaste enceinte ombragée d'eucalyptus, avec terrains de sport, casernements et bunkers servant de dépôts de munitions. L'unité spéciale de Khamis bénéficiait du meilleur matériel, et ces soldats fidèles étaient traités avec soin par le régime.

La chasse aux derniers kadhafistes.

La 32e brigade, qui disposait de plusieurs bases de ce genre autour de Tripoli, a été le fer de lance de la répression. Ces prétoriens ont écrasé les rebelles ville par ville, depuis la capitale jusque dans les provinces. Pas assez nombreux pour tenir durablement les villes reconquises sur les insurgés, à l'exception de Tripoli, ils étaient cependant à la mi-mars sur le point de noyer dans le sang la révolution libyenne. L'intervention des forces aériennes de l'Otan, et notamment le fameux raid de l'aviation française contre les colonnes de chars libyens à l'entrée de Benghazi, a sauvé les rebelles en détruisant les blindés des brigades Khamis. «Sans vous, on n'y serait jamais arrivés», reconnaissent beaucoup de combattants.
Mais les kadhafistes ont vite appris à échapper aux raids aériens, en quittant leurs casernements et en se dissimulant au milieu de la population. Non loin de sa base, la «brigade Khamis» avait stocké ses munitions dans des entrepôts situés derrière un magasin de meubles au bord de la route. Le stock impressionnant, avec des centaines de caisses de munitions de tous calibres, allant de la roquette Grad aux cartouches de mitrailleuses lourdes, mines antipersonnel et obus de mortiers, était dimanche en train d'être vidé dans une joyeuse confusion par des rebelles, et entassé dans des dizaines de camions et de pick-up. «Où emmenez-vous tout ça?» «A Misrata!», répondent les rebelles qui suent sous le poids des caisses qu'ils transportent vers leurs véhicules.
Si l'offensive contre Tripoli a été menée conjointement par les rebelles du Djebel Nefousa à l'ouest, et ceux de Misrata à l'est, ces derniers donnent ces derniers jours l'impression d'être partout à Tripoli. Ville de commerçants, premier port libyen, Misrata a d'abord résisté seule avec une énergie remarquable à la répression kadhafiste. Alors que les rebelles de Benghazi piétinaient dans le désert, entre Ajdabiya, Brega et Ras Lanouf, villes sans cesse reperdues aussitôt prises, ceux de Misrata opposaient une résistance acharnée au siège des kadhafistes. Uniquement ravitaillés par la mer, grâce à des bateaux affrétés par les riches hommes d'affaires de la ville, fabriquant à coup de lampes à souder et de plaques d'acier naval des flottilles de cuirassés roulants, les insurgés de Misrata ont été pendant des mois une épine dans le flanc des forces de Kadhafi.
Leur participation à la prise de Tripoli a été décisive. Les Misratais tiennent à présent à jouer un rôle clé dans la nouvelle Libye. Bien organisés, efficaces et commandés, ils sont la force armée la plus importante de la révolution libyenne.
Leurs pick-up peints de bandes d'identification jaunes le long de la carrosserie sont ceux qui donnent la chasse aux derniers kadhafistes dans les faubourgs sud de la capitale. Leurs colonnes ont déjà pris la route de Syrte, dernière ville importante loyale à Kadhafi, où se serait replié le gros de ses forces, et même peut-être le dictateur lui-même.

Rétablissement de l'eau.

«On négocie avec les gens de Syrte», explique un responsable de la rébellion de Misrata. «Une partie d'entre eux n'a rien contre la révolution. Mais d'autres restent fidèles à l'ancien régime, et tiennent la ville. On ne va pas négocier indéfiniment non plus», prévient-il. La bataille de Syrte, si elle a lieu, sera la dernière.
Pendant ce temps, Tripoli balaye les ordures qui se sont accumulées dans les rues, le Conseil national de transition s'efforce de rétablir l'approvisionnement de la ville en eau, coupé par le sabotage d'une partie des stations de pompages de la Grande Rivière Artificielle - le système pharaonique de collecte des eaux construit par Kadhafi -, et d'organiser le ravitaillement avant les fêtes de la fin du Ramadan.

Le Figaro, Adrien Jaulmes, envoyé spécial à Tripoli publié le 28/08/2011