La ola de protestas en Oriente Próximo deja 3 muertos en Bahréin.
La policía en el reino de Bahréin, un archipiélago del Golfo Pérsico, atacó el jueves a los manifestantes acampados en la capital, matando a tres personas, en un intento por sofocar las protestas a favor de la democracia inspiradas en movimientos parecidos en todo Oriente Próximo.
"¡Nos están matando!", dijo un hombre a Reuters mientras la policía disparaba gases lacrimógenos y perdigones en su avance por la Plaza de la Perla en Manamá durante la noche, dispersando a unas 2.000 personas, incluidos mujeres y niños, que habían pasado tres días emulando las exitosas protestas de la Plaza de la Liberación (Tahrir) de El Cairo.
Después de haber visto las protestas en Túnez y Egipto, que fueron ganando fuerza y terminaron por deponer a sus respectivos veteranos presidentes, la familia real de Bahréin - aliada de Arabia Saudí -, consciente del descontento, parece haber decidido cortar de raíz el último desafío a su autoridad.
Docenas de personas fueron detenidas, dijeron líderes de la oposición.
Tras el derramamiento de sangre en Bahréin, cientos de yemeníes se enfrentaron otra vez en el otro lado de la península Arábiga, mientras desde el Norte de África se informaba de nuevos disturbios en Libia el miércoles.
Un "día de la ira" libio promovido desde las redes sociales el jueves comenzó con pocas señales de actividad. Seguidores de Muamar Gadafi, en el poder desde hace 42 años, celebraron una manifestación. También se registraron problemas en las calles de Irak e Irán.
"Cuestiones económicas y temas sociales muy complejos en todo Oriente Próximo y el Norte de África seguirán sirviendo como un fuerza impulsora de más revueltas", dijo el analista de riesgo político Anthony Skinner en la consultora Maplecroft. "Las protestas en Bahréin y Libia reflejan la facilidad con la que las protestas se han propagado por la región".
El descontento por el desempleo juvenil se vio agravado en muchos países por el conocimiento de que los ingresos por el petróleo estaban siendo "malversados por las élites económicas y políticos gobernantes", añadió.
Suicidio detonante.
Han pasado dos meses desde que el joven tunecino Mohamed Bouazizi, desencadenó la oleada de protestas al quemarse a lo bonzo el 17 de diciembre en el exterior de una oficina del gobierno en la deprimida ciudad de Sidi Bouzizi. Con su acción quiso manifestar su frustración por la intensa pobreza, por la corrupción oficial y la brutalidad de la policía.
Desde que el dirigente tunecino entrado en años Zine al-Abidine Ben Ali huyó un mes después, seguido hace una semana por Hosni Mubarak en Egipto, grupos de oposición en una docena o más de países han vivido con la esperanza de que el mundo árabe puede experimentar un "efecto dominó" similar al que barrió a los comunistas del poder en Europa del Este en 1989.
Ricos en petróleo y gas, con unas formidables fuerzas policiales, los gobernantes tienen medios para hacer frente a los desafíos. Sin embargo, la forma en la que fueron depuestos Ben Ali y Mubarak después de que sus respectivos ejércitos se negasen a sofocar las revueltas populares ha dado que pensar a muchos.
Los líderes desde el Golfo Pérsico hasta el Atlántico han anunciado una variedad de medidas para paliar la subida de los precios de los alimentos y del paro, así como reforzar la participación política.
Emiratos Árabes Unidos dijo el jueves que triplicaría el número de personas que pueden ser elegidas para votar por los miembros de un órgano consultor que funciona como una especie de parlamento.
No obstante, líderes de Oriente Próximo también han reforzado la seguridad.
En Libia, activistas de derechos humanos dijeron que 14 disidentes habían sido detenidos y que había informaciones no confirmadas de que dos personas habían muerto en los choques del miércoles en Bayda. El día anterior, se produjo una revuelta en Benghazi.
El Ejército de Bahréin, un país de 1,3 millones de personas, emitió una orden advirtiendo a la gente que se mantenga alejada del centro de la capital y dijo que haría lo que fuera necesario para mantener la seguridad.
En la Plaza de la Perla, tiendas de campaña abandonadas, mantas y basura salpicaban el lugar y el olor a gases lacrimógenos flotaba en el aire.
Los helicópteros resonaban en la ciudad, que es un importante centro financiero y base de la Quinta Flota naval de EEUU.
Elemento sectario.
El aspecto sectario de la violencia en Bahréin, cuya mayoritaria población chií está gobernada por una familia real suní, podría alimentar el descontento de la minoría chií de la propia Arabia Saudí.
"Esto es verdadero terrorismo", dijo Abdul Jalil Jalil, miembro del principal partido de la oposición chií Wefaq de Bahréin. "El que tomó la decisión de atacar a los manifestantes tenía como objetivo matar".
El presidente de EEUU, Barack Obama, dijo esta semana: "El mundo está cambiando...El que gobierne estos países, tiene que ir adelante con los cambios, no se puede quedar detrás de la curva".
Pero las potencias occidentales están inmersas en un dilema entre respaldar a los gobernantes, a los que ven como baluartes contra los islamistas radicales, y al mismo tiempo ser considerados promotores de la democracia.
Los gobiernos autoritarios tienen motivos para temer. La gente joven puede ver las revueltas en la televisión por satélite o en Internet y pueden hablar sobre ellas en las redes sociales que escapan al control de la policía secreta.
En Irán, seguidores y opositores del sistema islámico de línea dura chocaron en Teherán el miércoles durante un funeral por un estudiante muerto por disparos en una manifestación dos días antes, informó la emisora pública IRIB. La protesta del lunes, en apoyo de los pueblos de Egipto y Túnez, fue la mayor desde 2009.
En Irak, tres personas murieron y docenas resultaron heridas en la ciudad de Kut, en el sur, el miércoles cuando manifestantes exigiendo mejores servicios se enfrentaron con la policía e incendiaron establecimientos.
Fuente: Reuters 17 de febrero de 2011